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Jornada de homenajes diversos, este jueves en el Cruïlla, y con actuaciones que, desgraciadamente, se pisaban en el Parc del Fòrum, que reunió a 16.000 espectadores según los datos facilitados por la organización. En el segundo día del festival, el concierto que transmitió más entusiasmo y al mismo tiempo más potencia política fue el de Fermin Muguruza, que volvía a Barcelona seis meses después del memorable espectáculo que ofreció en el Palau Sant Jordi, también dentro de una gira que conmemora el 40 aniversario del trío Kortatu pero sobre todo celebra una trayectoria artística ejemplar, por el compromiso musical y por la constancia del espíritu crítico.
La aparición de Muguruza justo después de que la banda tocara Mapuche fue recibida con la ovación del día. «El aquelarre antifascista ha llegado también al Cruïlla. ¡Viva la tierra!», saludó el músico vasco. «Libre», replicó buena parte del público. Sin pausa, cantó Urrun y enseguida tuvo palabras para los afectados por el incendio del Baix Ebre. «Nos duele el corazón cuando la tierra se quema. Y los negacionistas del cambio climático, vaya a cagar en la vía», añadió en catalán, como todos los parlamentos que dio durante el concierto. Solidaridad y rabia, dos de los motores de Muguruza.
Como en el Sant Jordi, la amplia banda que le acompaña redimensiona un repertorio generoso, y con detalles como la trikitixa que marcó el inicio de La línea del frente, una de las imbatibles de Kortatu, y de las vividas más intensamente por el público que se citó en el escenario Estrella Damm. Muchos espectadores también mostraban unas pequeñas banderas palestinas de papel que el equipo de Muguruza había repartido por el recinto (y que llevaban la libanesa en el reverso). Cuando hacia el final tocaron Yalah, yalah, Ramala!, había un mar de banderas de Palestina en el Fórum. Antes de esta canción apoyó al grupo irlandés Kneecap y al dúo inglés Bob Vylan, investigados en Reino Unido para hacer proclamas a favor de Palestina y contra el ejército israelí en el Festival de Glastonbury. Un rato antes también hubo un llamamiento contra la especulación urbanística en Barcelona con una pancarta con el lema «Vallcarca para vivir, no para especular» llenando el escenario mientras interpretaban En la calle, otro incunable de Kortatu.
Adaptada a la duración festivalera (y por tanto sacrificando temas tan notables como Ychoiten), la actuación condensó en hora y media lo más relevante de la gira y del legado del músico de Irún, que es el propio, el de Kortatu y el de Negu Gorriak, rock, rap, reggae y raíces. Muguruza, manteniendo la voz expresiva y clara, y la banda, versátil y precisa, desplegaron la máquina de ritmo de‘Euskal Herria Jamaica Clash;el singular punk-soul deAfter-bolchevike (con los metales juguetones) y Echerado; la vertiente hardcore-rap de Negu Gorriak (la de Hiri gerrilaron dantza y Legenbiziko bala), pero también el más bailable (el de Kolore bizia) y, claro, la descarga de Zu atrapatu arte, que cantó con la colaboración de Juanra Rodríguez, del grupo KOP, y con la entrega absoluta del público. En un concierto sin pausa, el tramo final estaba pensado en clave apoteósica. Radio Rahim y Dub Manifiesto sonaron como nunca y el entusiasmo se desató con Gora herria (buen pedazo de pogo) y la final Sarri, Sarri. «¡Aquí estamos, cantando, bailando y luchando!», dijo Muguruza sintetizando lo ocurrido en esa hora y media.
Nada más terminar el aquelarre antifascista, en el escenario Occidente comenzó el impactante concierto de la estadounidense Annie Clark, más conocida como St. Vincent, que arrancó con una furia eléctrica que aturdió al público. Es la ferocidad que la cantante y guitarrista de Tulsa imprime a temas del disco All born screaming (2024) como Reckless y Broken man.Visceral por naturaleza, con interpretaciones tan impactante como la de New York y encontrando recursos escénicos sorprendentes (incluso violentando las cámaras que la filmaban), mantuvo la tensión durante una actuación que coincidió con la de Goran Bregović en el escenario Vueling. St. Vincent firmó un concierto memorable, y con un solo gesto era capaz de transmitir el peligro y el abismo punk que no, en cambio, no fueron capaces de ofrecer en hora y cuarto los Sex Pistols en el escenario principal, el Estrella Damm.
Es cierto que tres de los cuatro miembros de estos Sex Pistols son de la formación de 1976: el guitarrista Steve Jones, el bajista Glen Matlock y el batería Paul Cook. Sin embargo, en esta reencarnación de la leyenda del punk británico no está John Lydon, el inimitable cantante original. Jones, Matlock y Cook reactivaron el grupo hace un año con el cantante Frank Carter, nacido en 1984; es decir, seis años después de la disolución de la banda. Es comprensible que Carter no quiera imitar a Lydon, pero es absurdo y penoso. Consiguen algo tan difícil como hacer que suenen aburridas canciones como Pretty vacante (qué riff tan perezoso), Liar, Problemas, EMI, Bodias e incluso God save the Queen. Carter, que sabe con llevar una camiseta del grupo transfeminista GLOSS, es incapaz de defender el repertorio con convencimiento. Trate de conectar con el público, baja a hacer Bodias en el centro del pogo, pero ni tiene carisma ni canta con intención. Lo más horripilante fue la versión de No fun, un fiasco doble ante el recuerdo del original de los Stooges y la versión que los Sex Pistols incluyeron en la cara B del sencillo Pretty vacante en 1977. La falta de actitud de uno y la autoindulgencia de los demás hicieron que el concierto fuera por el pedregal de la insignificancia, y más después de una esperpéntica My way. Por cierto, durante la actuación se proyectaron imágenes históricas de los Sex Pistols… y no había ninguna en la que saliera John Lydon. ¡Qué trabajo de montaje para eliminarlo de esta historia.
Unas horas antes, el escenario Vueling acogió el reencuentro con Dr. Calypso, la formación barcelonesa que a principios de los años noventa trató al ska con el respeto que merece el ritmo jamaicano, con conocimiento de causa y espíritu festivo y combativo por el gentío por el barco. Occidente, la aseguradora antes conocida como Catalana Occidente «Pensábamos que sería la mitad!», exclamó Luismi López, uno de los cantantes del grupo junto con el carismático Sheriff Monlleó. Sin techo y 2.300 millones para marcar el tono, el bugalú de The power of the latin soul con los metales y el wah-wah trabajando, la coreable llamada contra la avaricia ecocida del mambo Pajaritos, el dub deEsta noche, la versión de Born to be alive de Patrick Hernandez, el calipso de Slow boat to Trinidad (en la que apareció una bandera palestina en el escenario) y toda una retahíla de canciones que han hecho más agradables infinidades de fiestas populares en los últimos 35 años, con mayor o menor intermitencia.
El magnetismo de Dr. Calypso retuvo mucho público, pero algunos se asomaron por el escenario Occidente, donde actuaba el brasileño Seu Jorge, otros aprovechaban que había pocas colas para acercarse a las barras (cerveza de 40 cl a 4,50 euros) y agua a 2.
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