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e coloques en el lado que te coloques del filo de esa cuchilla andante que es Fermín Muguruza, lo que nunca podrás negar es la curiosidad musical, el compromiso con las culturas de resistencia, la calidad de sus propuestas y la arrolladora personalidad dentro y fuera de las tablas que caracterizan los cuarenta años de trayectoria que el de Irún está celebrando con la gira mundial que acaba de recalar en Revenidas, a orillas del mar de Arousa. Aunque leerla pueda dejarte sin aliento, merece la pena escribir una oración de catorce líneas como la de ahí arriba para introducirte al akelarre antifascista —así denominó nuestro hombre a su llenazo contra corriente de febrero en el WiZink Center de Madrid— en el que Vilaxoán se sumergió el viernes por la noche.
He aquí una receta para que también bailen quienes tanto proclaman amar la fruta, no les vaya a subir el azúcar: una banda brutal, espectacular, muchas ganas, las cosas muy claras y un repertorio ganador desde antes de empezar, en el que la potencia seminal de Kortatu se alía con la contundencia de Negu Gorriak, aquella estancia suya con Dut y, por fin, una carrera en solitario en la que ha sabido mantener el listón donde debe estar.
Con el público en el bolsillo, Muguruza se dirigió al personal en galego, y lo hizo bien, cuantas veces quiso y pudo, les dedicó un temazo a los bombeiros que combatieron el fuego en nuestros montes —Hay algo aquí que va mal, cómo no— y celebró la respuesta que el despropósito que la vuelta ciclista está perpetrando ha encontrado en Galicia, en Euskadi y en tantas otras partes. Por supuesto, largo y profundo baile en denuncia del genocidio palestino a manos de Israel. El músico no dudó en vestir la camiseta que Revenidas ha dedicado a su sufrimiento, cuyas tallas centrales se agotaron en cuestión de minutos. Él sí tenía la suya, solo faltaría. Eso sí, un consejo, sácate las faldas de la camisola fuera del pantalón, Fermintxo, hombre.
Desempolvar A la calle, Desmond Tutu, La línea del frente, Nicaragua sandinista, Lehenbiziko bala o Mierda de ciudad, que ofreció como desagravio a quienes no pudieron escucharla en el concierto de marzo en Santiago, no fue ningún ejercicio de nostalgia, sino una muestra de pura alegría por haberlas disfrutado y exprimido, entonces y ahora.
A Fermín se le vio muy a gusto. Tanto, que no parecía querer acabar. Subió a Jásper (Xenreira, Nao, Loita Amada) a cantar con él Zu atrapatu arte, invitó a Sés y embocó el final que nadie quería con Sarri, sarri y un recuerdo infinito a su hermano Íñigo. Quedamos en la barricada a las tres, con las fuerzas de la victoria, al amanecer. Cuando quieras, Fermintxo. Allí nos veremos.
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