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Es la tarde en el barrio de Congreso. Sobre la calle Hipólito Yrigoyen una persona está apoyada en la estructura de un kiosco cerrado. Escucha un rock estridente en una radio atada a un carro de supermercado lleno de ropa y bolsas de plástico. Una señora cruza la calle como si fuera un zombi. Otro grupo de personas se prepara para pasar la noche a la intemperie en la plaza. El músico y cineasta vasco Fermín Muguruza está sentado en la mesa del bar de la Universidad de las Madres de Plaza de Mayo, al lado de un retrato del Che Guevara. El café y el agua lo trae la persona de prensa, desde un kiosco, porque el lugar está solamente abierto por Fermín. “Es un lugar al que siempre quiero volver”, dice. Hace más de veinte años que el cantante y líder de bandas punk rock como Kortatu y Negu Gorriak, que crearon una revolución en la música del territorio vasco, regresa a la Argentina.
Todo lo que hizo y que lo trajo hasta acá, con 59 años de edad, sigue vigente. Su música siempre fue un grito de rabia frente al fascismo y la exclusión social que provoca el capitalismo. La ropa negra, el pelo cortado al ras y los rasgos de su rostro pueden parecer duros y tajantes como su discurso, pero cuando habla del almuerzo y el vino que compartió con un amigo en el restaurante Cervantes, un clásico de la zona, el cuerpo se le ablanda y asoma una sonrisa.
—Tomamos Vasco Viejo. Salimos los dos contentos y felices.
Fermín se ríe. Es una risa ahogada, una risa oscura, una risa cínica, una risa con los dientes apretados.
—Me levanté de una siesta y me dije: “¿por qué tomé vino?”, pero lo más interesante en estos viajes es poder compartir con mi gente.
El artista vasco está en Buenos Aires para presentar su nueva película Black is Beltza 2: Ainhoa, que se estrenó oficialmente en el festival de cine San Sebastián en una fiesta en el velódromo de la ciudad para tres mil personas. El largometraje de animación para adultos, que es una coproducción entre España y Argentina, se sitúa en los años noventa y lleva a su protagonista, Ainhoa, una joven nacida en Bolivia, por un viaje alrededor del mundo en busca de respuestas acerca de los asesinatos de sus padres, involucrados con movimientos de liberación internacionales, desde Cuba hasta Palestina. Es un largometraje político de acción y aventura, que funciona como secuela de Back is Beltza, que puede verse en Netflix. La película, con una banda de sonido que reúne una selección del rock radical vasco como Barricada, Negu Gorriak, Kortatu, Rip, Cicatriz y artistas internacionales como The Pogues, se podrá ver en el cine Gaumont (Av.Rivadavia 1635) en dos funciones diarias a las 18.15 y 22 horas hasta el miércoles 26 de octubre. La avant premiere se realizó en el complejo Art Media con una fiesta gratuita con el espíritu del estreno internacional.
—Quise proyectar la película y que en el mismo sitio la gente se pueda beber unas cervezas y quedarnos allí, y encontrarnos con gente con la que compartí cosas. Me dio pena saber que murió Pipo, el director del Festival de Cine Árabe Latinoamericano. Puedo decir que el primer premio que se me dio en mi vida fue en la Argentina y me lo dio Pipo.
—Hace cuatro años me dieron un premio por todo mi recorrido musical en el País Vasco. Quieras o no cuando estás tan castigado a nivel censura y que en muchos lugares no puedes actuar, son cosas que reconfortan. Sabes que dan prestigio también.
A mediados de los ochenta, la música del grupo Kortatu con esa mezcla de punk rock y ska generó una revolución en el País Vasco con sus letras radicales en euskadi, que hablaban sobre la represión policial, la iglesia, la liberación sexual, la problemática de las drogas en las calles y promovían la rebeldía frente a la injusticia social. Himnos como “Mierda de ciudad”, “Don Vito y la revuelta del franopático”, “Nicaragua sandinista”, “Zu atrapu arte” y principalmente una de sus canciones más populares “Sarri, sarri”, (inspirada en la música de “Chatty Chatty”, del grupo jamaicano Toots and the Maytals y con una letra que hablaba de la fuga de la prisión de Martutene de dos presos condenados por su pertenencia a ETA), le valió la censura, pero terminó atravesando territorios, influyendo en el sonido de una nueva generación.
En los noventa vino a tocar con Manu Chao y formó parte de la semilla de lo que fue todo el movimiento del rock latino. Desde esa época conoció a mucha gente con su proyecto Negu Gorriak, su formato de Sound System después de grabar un disco en Jamaica, y las presentaciones de sus documentales Bass-que Culture (2006), Checkpoint Rock: Canciones desde Palestina (2009), Next Music Station (2011), una serie sobre la música de varios países árabes, No More Tour (2013), un documental sobre su propia gira, y Zinemira Nola? (2016), un registro de Nueva Orleans diez años después del Katrina. Con su nueva película Black is Beltza 2: Ainhoa, el músico y cineasta, no le habla solamente a los de su generación, los que crecieron, hicieron pogo o bailaron con temas encendidos y volcánicos, que causaron conmoción en el País Vasco, sino a las nuevas generaciones que siguen la cultura del comic, admiran autores como Robert Crumb, o pueden verse representados por la influencia del animé, o seguir películas de culto como Heavy Metal de Gerald Potterton.
—Nazco en el ‘63 así que todas las dictaduras, las nuestras y las de otros no nos son ajenas. Sabía que era el país del Che, el país de las Madres, de los desaparecidos, y luego teníamos la literatura, todo lo que conocíamos de Benedetti y Galeano con sus Venas abiertas de América Latina.
“Black is Beltza II: AINHOA”
—La música de Violeta Parra y mucho tango, porque yo tocaba el acordeón.
—En mi casa han sido muy musicales. Mis padres eran muy enamorados del acordeón. Nosotros tocábamos la cromática y todo lo que era Astor Piazzolla. Toda esa música nos llegaba mucho. El tango me parecía una maravilla.
—Fue en París. Ellos estaban tocando con Manu Chao, colaborando para el disco Casa Babylon. Fui a verlos y de repente me los encuentro ahí. Dos afros con dreadlocks medio punks al estilo londinense y me cantan una de mis canciones en euskera. Me quedé pensando, ¿qué esta pasando aquí? Ese fue mi primer contacto. En el ‘92, también, estuvimos tocando en México con Los Cadillacs.
—Nosotros entramos ahí cantando en euskera y éramos parte de ese reventón porque luego produje a Tijuana No, y ahí también colaboraron los Mano Negra y Todos tus Muertos. Teníamos mucha gente. Ahí agarramos el disco Casa Babylon de Mano Negra, el Dale Aborigen de TTM, Tijuana No con Transgresores de la ley, y los de Negu Gorriak. Estábamos todos en los cuatro discos de los otros. Son discos de cabecera de lo que estaba pasando en los noventa, donde reivindicamos las raíces de las músicas populares y lo mezclamos con rock, reggae, rap, o con expresiones más punk. Rompimos compartimentos y nos atrevimos a hacer lo que queríamos y encima todo funcionó. Vivimos esa efervescencia.
——Para nosotros una cuestión imprescindible es la transmisión y explorar vías nuevas para que se conozca lo que pasó antes. En primer lugar en el País Vasco y luego a nivel mundial. Están los que conocen esta historia y los jóvenes que no. Me gusta el concepto africano de los griots y su manera de transmitir la sabiduría de los ancestros a los jóvenes. Tengo 40 años en la música y el cine y atravieso a varias generaciones con lo que hago.
—Es que si haces un viaje al primer disco de Kortatu te vas a dar cuenta que la primera canción del disco es una canción basada en un comic, Revuelta en el frenopático. Después aparece la influencia del cómic undeground americano con Robert Crumb. En el segundo disco en el estado de las cosas hay una canción dedicada a Stefano Tamborini el guionista de RanXerox, que murió por una sobredosis de heroína, y en el tercer disco tenemos “After bolchevique” que es un cómic del País Vasco. Siempre está la referencia al cómic en toda mi música. Incluso el disco Brigadistas Sound System está todo dibujado por un ilustrador. Mi hermano y yo hacíamos nuestros cómics. Mi hermanos dibujaba y yo hacia los guiones y preparábamos las tiras de nuestros propios cómics.
—Queríamos llevar a nuestra protagonista al último concierto de Kortatu y cuando muere mi hermano decido darle vida a través de la animación no solo en el concierto sino también en un reportaje, que no queda aislado de todo el guión. En cada línea o frase se dicen cosas que tienen que ver con algo que pasara en la película, o incluso con lo que pasó en la anterior película como cuando se menciona Vietnam, o cuando los franceses empezaron a traer el opio de Saigón por los laboratorios que tenían en Marsella, o cuando hablamos de la desaparición de los 150 kilos de cocaína en mi país. Es un guiño a la gente que nos sigue y que sabe que nosotros con Negu Gorriak hicimos una canción (“Podredumbre”), por la desaparición de esa droga y que tuvimos ocho años de proceso judicial por eso. De alguna manera fue reivindicar la idea que tuvo siempre Kortatu de denuncia social, compromiso político, pero también de la defensa del aspecto lúdico del arte y disfrutarlo, celebrar la vida, e intentar reírnos de todo, incluso de nosotros mismos.
—Esa es la idea. A mí me encanta el hardcore y el punk rock, pero nosotros veníamos de otra onda, no sólo del punk sino de todo el revival del ska. Para nosotros, The Specials, The Beat, The Selecter, Madness, eran pura fiesta, pero a la vez eran bandas que reivindicaron el encuentro de culturas y que estuvieron en primera línea de fuego contra el racismo luchando contra el frente nacional en Inglaterra. Eso era muy importante.
—La defensa de la fiesta popular es intrínseco a nosotros porque durante las dictaduras las fiestas eran una manera de juntarnos, de sabernos vivos, de cantar canciones populares a las que les dábamos un doble sentido que la dictadura no podía entender y nosotros sí. La defensa de la fiesta es una manera de decir que la fiesta hace comunidad y esa es una de las grandes estrategias que nos queda en este duro capitalismo en el que vivimos.
—Bueno, todos los discos que fui haciendo son retratos de una época, pero hay canciones que se cantan con la misma rabia como “Zu atrapu arte”, que tendría que tener un estudio de cómo se canta en diferentes países del mundo. La gente se la sabe en euskera y es una declaración de principios. Así comienza y termina la película. Esa canción no se puede seguir cantando sin rabia por todas las injusticias, por todo las revoluciones que no pudimos hacer, por las frustraciones, por no conseguir algunas cosas.
—Sobrevivir, conseguimos sobrevivir. Estamos aquí presentado una película que sirve de transmisión a futuras generaciones, y que sirve también para contar nuestra historia y que no la cuenten otros. Ganamos la palabra.
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